Un armario empotrado

Marcos García Santonja
4 min readFeb 11, 2021

Hay tardes en las que vuelvo a casa por unas calles y otras en las que elijo vías secundarias, en función de si me apetece en mayor o menor medida pasar por la realidad. Al igual que en la calzada hay carreteras principales y otras de menor calado, el pensamiento también tiene sus callejuelas para coger ciertos atajos. Tengo comprobado que hay caminos que conducen directamente al delirio y que, en cambio, hay otros que te inoculan una rectitud perfecta para dar una conferencia. Por eso, cuando vuelvo por las noches lo hago por un sitio mientras que en el momento en el que regreso del trabajo elijo otra dirección. Hay que diferenciar espacios porque de lo contrario la realidad acaba por dominar todos tus mundos y uno puede acabar convertido en un tipo muy desgraciado que se tome en serio a sí mismo.

A la gente le asusta mucho salir de la realidad y, el problema que trae consigo este temor, es que cuando son otros los que te sacan de ella no te acabas enterando. Por ejemplo, cuando pones la radio y escuchas que los políticos han pactado una reforma de la pensiones que afecta directamente a los más pobres. Es decir, a ti. Una señora te cuenta que ahora van a cambiar las variables para medir lo que has cotizado toda tu vida. No hay mayor irrealidad que pagar una pensión de 650 euros a una mujer que se ha pasado la vida currando físicamente, en casa y fuera de ella. Esta manera de dejarnos en fuera de juego nos parece totalmente lógica. Sorprendente.

En cambio, lo supuestamente irreal es ir a una sala de cine, que se apaguen las luces y ver una película de Chaplin. Ah, eso es ficción, es un pacto que no tiene que ver con lo real, con lo que pasa ahí fuera. A mí me parece que una película de hace cien años con la que la gente se ríe es bastante más real que cobrar 650 euros, que quieren que les diga. Por eso, cuando me voy al cine cojo una calle y cuando me informo sobre la actualidad cojo otra, porque si no diferencio una cosa de la otra termino completamente loco.

Otro tema que es de delirio absoluto: el mercado de la vivienda. ¿Puede haber algo más perturbador que los desorbitados precios que se encuentran en los portales de internet? Me gusta la expresión: portales de internet. En esta vida el que hace negocio es porque sabe ponerle nombre a las cosas y “portales de internet” suena a algo serio, que hay que respetar. La perversión del lenguaje es una autopista directa a nuestra mente para que pensemos que vamos por el carril de la rectitud y, sin saberlo, nos encaminan derechos al precipicio de lo irreal.

De todas formas, los vendedores de pisos no se trabajan su producto en absoluto. Qué sé yo, ya que te van a estafar, al menos que lo hagan con clase. Si me vas a cobrar 900 euros por un apartamento en el centro de Madrid, al menos que tenga un armario empotrado. Otra conjunción de palabras que funciona: “armario empotrado”. Separadas no tienen fuerza pero juntas pueden cambiar el mundo. “Se alquila piso remodelado y con vistas al Templo de Debod. 900 euros. Cuenta con armario empotrado”. Esta y no otra sería una oferta decente, porque todo el mundo sabe que los armarios empotrados son lugares mágicos que conectan directamente con la irrealidad. A mí me parecería barato, ofrecería todavía más dinero.

Mi casa ideal sería aquella en la que yo pudiera acceder por una de esas vías secundarias que tienen las calles y hacerlo directamente hacia el armario empotrado. Que abriera la puerta desde dentro y, a partir de ahí, comenzara el hogar. Sería capaz de escuchar las noticias con mucho más sosiego, dónde va a parar. Si entras en casa a través de un armario empotrado cualquier rebaja en las pensiones puede llegar a estar justificada. Y ya, el día que quiera ir al cine, salgo por la puerta, como todo el mundo.

Como ven, soy un hombre que se conforma con poco, pero que exige una organización compleja de la realidad. El delirio que venga con las luces largas puestas y avisando, por favor. La realidad, que se esté quieta. Pido una casa con sus calles reales y otras, irreales. Con una entrada secreta a través del armario empotrado y, por favor, con una galería. Este espacio no tiene por qué ser grande. De hecho, si es cutre y apenas da para asomarse a través de unas rendijas, mejor. A mí me sobra con que me den ganas de fumar y no hacerlo, porque yo creo que las galerías las inventaron para que te den ganas de fumar. Hay días en los que me fumaría un cigarro de mentira, pero luego me acuerdo de que probablemente yo no vaya a cotizar lo suficiente como para tener una pensión, y se me pasa. Ni sé fumar ni tengo dinero para permitirme aprender fumar. Esos días, me voy al cine por el duro camino de la realidad.

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Marcos García Santonja

Periodista radiofónico. Por lo que parece, también escribo.